Wednesday, July 26, 2006

POEMAS PARÁNICOS



RUDIMENTOS DE GEOGRAFIA

El río gira presente
limitando la ciudad
por el este.

Un pescador,
sus rudimentos de geografía,
quiebra la frontera
al arrojar la tanza.-



UNA ENRAMADA EN LA ISLA

Sueña con una enramada en la isla:
Sueña con dos hombres
estirando el tejido al sol.
La luna, el salto del dorado,
la opresión de la noche isleña
estarán ausentes al despertar.



LA UNICA SEÑAL

El viento es la única señal de algo vivo
en esa noche.
El viento y su oleaje que
rastrilla minuciosamente
la superficie de la laguna.

Los dos están en silencio.
Uno fuma, el otro no.

Ambas miradas adivinan
la invisibilidad de la tanza
contra la negrura estrellada.

Ni un solo movimiento presagia
al gigantesco pez
que los atormentará, huidizo,
durante la madrugada.

No hablan del cierre de la fábrica,
del seguro de desempleo,
del colesterol que en los análisis del mas alto
se empeña en preocupar al médico:

La pesca es el único puente posible.



EL QUE MIRABA EL PISO

Jóvenes parejas que se gritan
Entre el ruido del Johnson y del Mercury.-
El que está preocupado por la tormenta
los sigue con la mirada
hasta que la curva del Timbó
los hace desaparecer.-

Sabe que difícilmente esas lanchas
lleguen a Diamante antes del anochecer.-
Cree incluso que, con
la primera obscuridad,
se extraviarán en alguna boca falsa
en la Laguna Grande.-

El que miraba el piso se levanta,
camina hasta la canoa,
baja los tejidos y sube,
le da marcha al cuatro caballos.-

Estaban buenas las minas, dice después.-
El otro dice sí.

Ya hundidos en la noche
derivan por los riachos;
bolsas de polietileno atadas
al camalotal los guían en
la recorrida por las trampas.

No vuelven a hablar.

Saben que es cuestión de tiempo
encontrar las dos lanchas, las mujeres llorando
y los hombres
intentando calmarlas,
falsas promesas de seguridad y
conocimientos geográficos.-
Aún no tienen idea de qué
ni cuánto
pedir a cambio del favor.-
Es de noche cerrada.-



ALGO CAE

Algo cae
detrás de la negrura de las islas.
Algo que imagina una estrella fugaz o
un cazabombardero en llamas.
La lancha avanza lerda, tres mil revoluciones,
esquiva ambas orillas para no pegar en ningún palo.
Antes de abandonar la naútica en la embocadura del arroyo
la radio del Ford habló de tres grados bajo cero.
Ahora, allí, en el Cá reaga,
camino a una costa de barro
repleta de cacharros guaraníes
simulan treinta bajo cero.
En la oscuridad uno maneja con cuidado,
el temor estúpido a que emerja un dragón de las aguas.
Otro a su lado lo guía con una obsesiva confusión
hacia lo que han dado en llamar el yacimiento arqueológico.
El tercero duerme sin pasiones
luego que sus ojos lloraran a causa del frío.
Debajo de ellos los dorados cazan futilidades.
Uno hablar de fumar;
finalmente conceden que
la breve brasa
no alcanzará a disminuir
el escarnio del invierno.



LA MAÑANA SIGUIENTE

Una costa barrosa
donde las rodillas son el límite
al hundimiento en el lodo.
Atrás han quedado
cuarenta kilómetros de Carcarañá:
bosques orilleros de árboles secos
engalanados de bolsas de residuos,
cadáveres de lechoes
arrastrados por las inundaciones,
silenciosas curvas entre costas barrancaosas.

Aquí y allá
pasos de piedra fingen
rápidos canadienses
donde la piragua corcovea
una epilepsia repetida y ordenada por
la emergencia de las tosqueras.
Ahora padre e hijo
duermen en la soledad.

El joven no lo sabe pero
el ruido que imagina nacido
de una represa y una usina
es el tráfico de una ruta nacional
que se hunde hacia el centro del país,
hacia una región que es desierto y apenas
cien años antes
un mar de quebrachales,
madera de dureza pétrea.

Nada estorba el sueño sobre el barro,
la piragua es un fantasma bicolor
anidado en las tosqueras:
ellos desconocen
las cascadas que los doblegarán
a la mañana siguiente.



CRECIDA

Incontable descenso hacia el mar
el Paraná empuja su propio cuerpo,
y allí cualquier cauce deviene estrecho.-

Las aguas crecen en la inapelable lentitud
con que Dios y el Río entienden sus cosas.-

Los bares del verano,
los carteles publicitarios
y el playón de cemento
donde bailaron al amanecer,
todo hiberna bajo las aguas.-

Los dorados, libres y atontados
ante la desmesura acuática,
no aciertan a descubrir
bajíos y correderas donde cazar.-

Su confusión es similar a la de aquel que,
diez años de matrimonio más tarde,
regresa a la noche de los viernes
para descubrir que la seducción
ahora navega cauces más anchos,
ignotos y profundos,
un océano de soledad.-



SUDESTADA

I

Como un hijo desobediente
el bote cabecea y se rebela
indiferente al trabajo
de los brazos en los remos. Las olas acá y allá
golpean nuestras puertas,
como monstruos de pesadillas siesteras
tratan de permanecer junto a nosotros,
salpicar de incertidumbre
y angustia
nuestro rumbo.


II

Una media botella,
una esponja,
la pobre pericia
a la hora de enfilar la proa
contra el agua marrón
que ya no es
película cubriendo el fondo de la piragua
sino
consistente lastre que doma la proa,
la dobla e hinca mansa
frente a la próxima ola,
el sucesivo embarque de agua.


III

La otra costa
(Rosario,
los autos de maqueta en
la Avenida Costanera,
los árboles danzando
poseídos por la sudestada)
es ahora un paraíso inmenso
de luces y ruidos,
un refugio inalcanzable,
un nuevo mundo desconocido
y aún sin hollar.



CÓNICO

Las gotas marrones
del río
extirpadas por la palada
del remo
se erigen en lluvia efímera:

un espejo ciego y fragmentado que
se reconstruye cuando regresa al
laberinto cónico
del oleaje.-



TÁLAMO

Inclinado sobre el tálamo
de bruma que cubre el canal
inmiscuye su mirada en
el marrón del agua:

Prevé y profetiza
la irrupción del pez.-



A SU DERECHA

El hombre rema en medio del canal
río arriba:
A su derecha
las islas son el rincón
donde nace la noche, su negrura;
a la izquierda
un relámpago congelado
en el que perdura el día
la ciudad,
su autopista ribereña
que delinea de mercurio
al Paraná.-



LA LUZ (I)

Pero ya no está la luz,
ni siquiera su respiración
en la brisa nocturna;
ni hogueras encendidas en la costa.-

La arena de las islas
es la luna hecha pedazos
entre espinillos oscuros
(y el bote ha quedado atrás,
ondeando en el riacho,
abandonándolo en su incursión por el monte).-

No piensa en nada, apenas
se recuerda antiguas historias:
los federales pirateando,
los cargamentos de grapa,
una adolescente que la mafia
mantuvo raptada en un rancho
de los albardones.-

Enfrente Rosario es
una luz que mancha el cielo.-
un sonido quebranta la noche:
una nutria agita sus últimos esfuerzos
para zafar la trampera,
regresar al canal.-



LA LUZ (II)

Cruza el indeciso borde
que la luz y el hastío
mantuvieron indeleble en
el anochecer que sucedió a la siesta
(atrás restan las horas en que el límite
paseaba sobre las sombras
oscilantes
de raquíticos alisos, achatados ceibos).-

Lo sorprende la quietud en la boca de la laguna,
en el lazo del palangre.-
Sentado sobre la tosca deja
que las botas se hundan en el canal.-
El límite, siempre cercano, infranqueable,
ahora se arrastra en la corriente,
apenas a tres metros de la costa,
allí donde la luz muere.-



EN EL FIN DEL MILENIO

Aborta un destello lunar
enmarañado en el ramaje de los sauces.
Abajo
fileteando manduvíes
él canta casi en susurros
los viejos estribillos de la guerrilla,
esos prehistóricos coros que prometían
la vindicación o la muerte.
Los mismos cantos, esas letanías
por las que su hijo cayera
allá en la ciudad
entre desconocidos
veinte años atrás,
baleándose por una Causa y un Nombre que
ahí,
en el fin del milenio,
en la espesura de la desolación isleña
es apenas
un montón de diarios apilados
y ordenados por fecha;
tan inasibles y remotos
como la imagen del hijo muerto.



LA CRECIENTE

Meter la mano en el agua
arrancar una violeta del camalote,
morderla con los labios,
olerla,
tragar el pétalo,
pensar:
Morocha
aguas arriba en esta noche
jugarás este mismo gesto.-



EL VIENTO LLEVA

El viento lleva dentro suyo
la forma de la ola;
podemos descubrirlo
(la ropa colgada)
en las terrazas vecinas.-



EL OLEAJE DEL ATARDECER

Sentir el sentimiento del suicida,
la breve dignidad de morir
lejos de la quejumbrosa voz
de la mujer aquella que
reclama para sí
los dentellados huesos y
las malolientes carnes
que antes fueron tu cuerpo.-

Llorar esa opresión antigua
que desciende y
abreva en recuerdos infantiles,
que llena los ojos de llanto
como el viento a las lagunas
de oleajes en el atardecer.-



LA LAGUNA GRANDE (TORMENTAS AL AMANECER)

Dentro del oleaje que cruza la laguna
se percibe su inmensidad:
un despatarro de bahías y brazos pantanosos
encubriendo y ocultando la geografía original del Delta.
Le cuesta creer, detenido allí,
en un supuesto centro desde el que no se ven
atisbos de las orillas,
que las honduras de ese Mar Océano
no pasen de los tres metros,
y que no sean delfines
los que acompasen a las olas que
la mínima brisa eleva
un palmo del agua amarronada,
sino los espasmódicos,
enceguecedores saltos de los dorados
en su ascensión hacia la luz.
El silencio y su opresivo aliado
-el monocorde golpe del oleaje
contra el casco de fibra de vidrio-
enmarcan el ocaso que ya navega
entre las lejanas, inalcanzables
lomadas entrerrianas.

La radio habla de un futuro próximo:
promete heladas y lloviznas en la noche cercana,
tormentas al amanecer.
El Mercury perdió su hélice cuatro horas atrás,
cuando el paisaje aún era inofensivo,
una laguna del Paraná,
y no este sobrecogedor horizonte de confusos
que se engrandece en la oscuridad.



MADRUGADA Y FRIO

Amanece a seis kilómetros de allí.
Amanece detrás de las colinas
La luz erupta de los montes de eucaliptus que
en las redondeadas cumbres
culminan el horizonte.
Sabe que el sol se verá recién cuarenta minutos más tarde.
El frío atravesó el paisaje durante la noche
y ahora sonidos desconocidos lo confunden:
se hace el sordo y mea desde el albardón
- tres metros sobre las aguas,
justo en el vértice de la isla -
salpica el arroyito donde la lancha pasó
la noche imantando la helada
sobre su casco.

A unos metros de él,
también dentro del amanecer,
sin que aún rayo de sol alguno barnice el cauce,
una nutria y sus dos crías se lavan leves las manos:

Uno de los cachorros alza la cabeza y lo mira,
todavía no puede saber si un hombre es
algo demasiado grande para ser cazado

o

algo digno del miedo y de la huida,
su loca pavura zambulléndose en el canal.-



EL PECHO HUNDIDO EN UN HUECO

La garganta cerrada,
el pecho que se hunde en el lado izquierdo.
Está boca arriba, tirado en la proa de la lancha.

Uno de sus amigos le enseña,
desde la costa,
el rollo pesado y húmedo de una yarará
recién muerta.

El se siente morir:
a treinta kilómetros de cualquier médico
cree que la cocaína ha llegado esta vez
demasiado lejos.

Los otros dos, empujándose y atolondrándose
en el estanco de proa debajo de él,
buscan la cámara
para fotografiar al fenómeno.
Un rato después la cocaína ha aflojado,
no hay más dolor en su pecho.-

Se reúnen junto al fuego:
con palos encendidos tantean esa carne que
apenas una hora atrás
era letal.-

No la cenan, por miedo a su nombre
prefieren achuras que trajeron de la ciudad.

Una quincena de huevos de víbora,
destrozados,
languidecen desparramados por ahí.-

Cuando el dueño de la embarcación le ofrece
cocaína dice que no
pero luego lo piensa mejor.



ÚLTIMAS VISIONES

El viento y su desmadre
alojan en su seno
los restos del otoño,
hojarasca que se mezcla con
bolsas de polietileno.

El recuerdo de los bares en el verano
un perro comiendo los despojos de una nutria
el ganado que nada a traviesa
de isla en isla
un barco pesquero llegando a
la dársena de Victoria;

la ausencia del adolescente
que en febrero fue sofoco y belleza
y luego cadáver boca abajo,
abotagado y corrupto
derivando sin rumbo
en las vueltas del Timbó
hasta encontrar su sitio en
los juncales de la Pantanosa,
allí donde los peces
vaciaron de imágenes
su inerte mirada.



LA GUERRA DEL DORADO

La primera visión fue
el verde lejano de la orilla,
y arriba
y abajo
el cielo plomizo y la superficie de la laguna,
dos platas grisáceas que simulaban
las escamas de la boga.-

En el segundo salto
vio la tanza de 0.40 y la pescadora con
los tres monoides bamboleándose,
estimulándose con gritos y tacos de ginebra,
aguardando que él cediera en su combate.-

Luego saltó cuatro veces más,
sintiendo ya el anzuelo que cortaba su carne
justo debajo del ojo izquierdo,
amenazándolo con una tuertera,
sin duda mal menor.-

En el final nadó bajo la canoa
en círculos que les permitieron a los gorilas borrachos
apreciar su lomo de oro
zanjando la superficie en la batalla postrera.-

Y entonces sí,
el líder de acero tajeó
el cartílago de su mandíbula
y el dorado
su ojo exánime,
su boca destrozada,
nadó hacia la libertad

(lo que en esos tiempos y lugares
- para su mutilada visión -
era una costa de juncos y embalsadas,
justo allí donde se volcaban
las aguas negras en las correderas).-



HAIKUS

Nunca olvidará
la traición femenina
o el salto del pez.


Lucha el dorado
atardece en octubre
corta la tanza.-


El motor falla
la navegación muere
se han extraviado.-


Sólo despojos
bagayos flotando
y dos salvavidas

No comments: