Wednesday, July 26, 2006

nada de eso por RICARDO GUIAMET

Prólogo por Emilio Moya

Conozco a Ricardo hace treinta años lo que no significa que lo conozca. Sin embargo ese tiempo transcurrido en las proximidades de sus circunstancias me ha investido de una autoridad basada en la duración que me permite referirme a su producción literaria desde un lugar autorizado.

Recuerdo lo que le dije la primera vez que leí algo que había escrito allá por el año 1974:
- Esto no está nada mal... podría servir para una canción de Aquelarre, ¿ por qué no se la mandás a Del Guercio?.

Ya en aquel momento se podían vislumbrar dos cosas: por una parte la obsesión por encontrar la síntesis que posibilitara prescindir de las palabras superfluas, de los gestos lingüísticos innecesarios y de cualquier tentación barroca; y por otra un manierismo incipiente y un amor por subvertir el orden del lenguaje. Por cambiar los acentos, inventar palabras o suprimir los sentidos dados. Ricardo era un deconstructivista avant la lettre, ya que Derrida en ese momento y para nosotros, era un perfecto desconocido.

Esta maniera de escribir contrastaba — y sigue contrastando- con su manera de utilizar el lenguaje en forma oral. Al hablar, sus palabras perforan el silencio como las ráfagas de una ametralladora. Al escribir desgarran el papel con la precisión de un bisturi. Son filosas, precisas y punzantes. Se encadenan y se desencadenan con justeza.

Esta sana esquizofrenia le permite pasar de la charla metafisica a la prosa poética con la soltura de un asesino serial, en la que cada poema o cada prosema constituye un asesinato contra la Lengua Establecida. Una afrenta contra la tradición. Y una apuesta por la transgresión creadora.

Detengámonos por ejemplo en la palabra “paránico” que adjetiva una de sus series de poemas. ¿Cómo podríamos definirla? O mejor dicho ¿es lícito definirla? Creo que sí y que allí radica uno de los desafíos que Guiamet sabe formular. Propone al lector el ejercicio permanente e imaginativo de completar el poema. De intentar encontrar el sentido oculto de cada palabra que escapa de la significación. Para mí, por ejemplo, paránico sería un adjetivo ideal para dar cuenta de situaciones paranoicas vividas al borde del Paraná. Pero estoy seguro que esta definición provisoria es válida solo para mí en tanto lector y es casi seguro que no le servirá a nadie mas.

Aunque tal vez como en La única señal este sentido provisorio sea el único puente posible hacia una significación intersubjetiva.

Así sin caer en la simplicidad de inventar neologismos, las palabras que Ricardo recrea provienen de la cruza de lo originario con lo original. Y proponen un tipo de registro que escapa a cualquier posible formulación dualista. Son palabras que carecen de toda esencia y que solamente existen por nuestra buena voluntad de aceptarlas y de entenderlas como tales.

Tal vez el encanto de estos poemas radica en la dignidad con que los personajes de sus historias se enfrentan al mismo tiempo con su fragilidad y con fuerzas sublimes como el destino, el río, la naturaleza o la muerte.

Su less is more constituye no solo una tarea bien lograda sino también una cortesía para quienes lo leen. Pero esto no significa que la labor sea algo inocuo. Como aquel dorado que ensangrentado, desgarrado y tuerto escapa hacia una libertad que anida en aguas negras, el lector no saldrá indemne de la experiencia de leer y releer estos poemas.

Eso fue al menos lo que a mi me pasó. Cuando me ofrecieron escribir este prólogo dije que no... pero luego lo pensé mejor.. .y mientras escribo esto con la garganta cerrada una quincena de huevos de víbora, destrozados, languidecen desparramados por ahí. Aunque nada de eso alterará las nubes.

EMILIO MOYA

PRELUDIO



NADA DE ESO

El misterioso reconocimiento
que trae el atardecer;
los recuerdos del mar
en la memoria de Melville;
el llanto insinuado
en la madre del niño muerto;
una cifra que discada
renace viejas voces:
Nada de eso
alterará las nubes.-



ESCORPIO

Serpientes de viento
atisban el camino.
Todavía es de noche.
El Escorpión cuelga
- curvo y quieto-
sobre el Oeste,
sin caer.
(Más tarde reptará detrás
del monte de eucaliptus,
se ocultará hasta
el próximo atardecer).
Nada ha cambiado:
el trigal,
las alambradas,
el búho,
la trilladora abandonada,
el caserón lejano de la estancia,
el salto de la liebre;
todo permanece inmóvil.
Sólo se sucede
la luz del día.



PRELUDIO

La sombra de una nube
se esparce sobre mi sombra,
la devora y la confunde;
y ya no queda otra sombra
que la de la nube,
espejo oscurecido de ese agua
que pervierte la gravedad.-



LOS FRUTOS DE LA TIERRA

El tronar de los fuegos de artificio
le recuerda el festejo del
año nuevo chino
en las calles de Almagro.
El lo ha visto por televisión;
y ahora tiene la certeza que
esos mismos taiwaneses
comentarán su vendimia mendocina;
que habrá alguno que rozará
con su mano la pantalla,
señalará soez con el índice
el sudor estampado
en la piel de su hija,
la segunda desde la izquierda
en la carroza de fácil alegoría
(los frutos de la tierra).

POEMAS PARÁNICOS



RUDIMENTOS DE GEOGRAFIA

El río gira presente
limitando la ciudad
por el este.

Un pescador,
sus rudimentos de geografía,
quiebra la frontera
al arrojar la tanza.-



UNA ENRAMADA EN LA ISLA

Sueña con una enramada en la isla:
Sueña con dos hombres
estirando el tejido al sol.
La luna, el salto del dorado,
la opresión de la noche isleña
estarán ausentes al despertar.



LA UNICA SEÑAL

El viento es la única señal de algo vivo
en esa noche.
El viento y su oleaje que
rastrilla minuciosamente
la superficie de la laguna.

Los dos están en silencio.
Uno fuma, el otro no.

Ambas miradas adivinan
la invisibilidad de la tanza
contra la negrura estrellada.

Ni un solo movimiento presagia
al gigantesco pez
que los atormentará, huidizo,
durante la madrugada.

No hablan del cierre de la fábrica,
del seguro de desempleo,
del colesterol que en los análisis del mas alto
se empeña en preocupar al médico:

La pesca es el único puente posible.



EL QUE MIRABA EL PISO

Jóvenes parejas que se gritan
Entre el ruido del Johnson y del Mercury.-
El que está preocupado por la tormenta
los sigue con la mirada
hasta que la curva del Timbó
los hace desaparecer.-

Sabe que difícilmente esas lanchas
lleguen a Diamante antes del anochecer.-
Cree incluso que, con
la primera obscuridad,
se extraviarán en alguna boca falsa
en la Laguna Grande.-

El que miraba el piso se levanta,
camina hasta la canoa,
baja los tejidos y sube,
le da marcha al cuatro caballos.-

Estaban buenas las minas, dice después.-
El otro dice sí.

Ya hundidos en la noche
derivan por los riachos;
bolsas de polietileno atadas
al camalotal los guían en
la recorrida por las trampas.

No vuelven a hablar.

Saben que es cuestión de tiempo
encontrar las dos lanchas, las mujeres llorando
y los hombres
intentando calmarlas,
falsas promesas de seguridad y
conocimientos geográficos.-
Aún no tienen idea de qué
ni cuánto
pedir a cambio del favor.-
Es de noche cerrada.-



ALGO CAE

Algo cae
detrás de la negrura de las islas.
Algo que imagina una estrella fugaz o
un cazabombardero en llamas.
La lancha avanza lerda, tres mil revoluciones,
esquiva ambas orillas para no pegar en ningún palo.
Antes de abandonar la naútica en la embocadura del arroyo
la radio del Ford habló de tres grados bajo cero.
Ahora, allí, en el Cá reaga,
camino a una costa de barro
repleta de cacharros guaraníes
simulan treinta bajo cero.
En la oscuridad uno maneja con cuidado,
el temor estúpido a que emerja un dragón de las aguas.
Otro a su lado lo guía con una obsesiva confusión
hacia lo que han dado en llamar el yacimiento arqueológico.
El tercero duerme sin pasiones
luego que sus ojos lloraran a causa del frío.
Debajo de ellos los dorados cazan futilidades.
Uno hablar de fumar;
finalmente conceden que
la breve brasa
no alcanzará a disminuir
el escarnio del invierno.



LA MAÑANA SIGUIENTE

Una costa barrosa
donde las rodillas son el límite
al hundimiento en el lodo.
Atrás han quedado
cuarenta kilómetros de Carcarañá:
bosques orilleros de árboles secos
engalanados de bolsas de residuos,
cadáveres de lechoes
arrastrados por las inundaciones,
silenciosas curvas entre costas barrancaosas.

Aquí y allá
pasos de piedra fingen
rápidos canadienses
donde la piragua corcovea
una epilepsia repetida y ordenada por
la emergencia de las tosqueras.
Ahora padre e hijo
duermen en la soledad.

El joven no lo sabe pero
el ruido que imagina nacido
de una represa y una usina
es el tráfico de una ruta nacional
que se hunde hacia el centro del país,
hacia una región que es desierto y apenas
cien años antes
un mar de quebrachales,
madera de dureza pétrea.

Nada estorba el sueño sobre el barro,
la piragua es un fantasma bicolor
anidado en las tosqueras:
ellos desconocen
las cascadas que los doblegarán
a la mañana siguiente.



CRECIDA

Incontable descenso hacia el mar
el Paraná empuja su propio cuerpo,
y allí cualquier cauce deviene estrecho.-

Las aguas crecen en la inapelable lentitud
con que Dios y el Río entienden sus cosas.-

Los bares del verano,
los carteles publicitarios
y el playón de cemento
donde bailaron al amanecer,
todo hiberna bajo las aguas.-

Los dorados, libres y atontados
ante la desmesura acuática,
no aciertan a descubrir
bajíos y correderas donde cazar.-

Su confusión es similar a la de aquel que,
diez años de matrimonio más tarde,
regresa a la noche de los viernes
para descubrir que la seducción
ahora navega cauces más anchos,
ignotos y profundos,
un océano de soledad.-



SUDESTADA

I

Como un hijo desobediente
el bote cabecea y se rebela
indiferente al trabajo
de los brazos en los remos. Las olas acá y allá
golpean nuestras puertas,
como monstruos de pesadillas siesteras
tratan de permanecer junto a nosotros,
salpicar de incertidumbre
y angustia
nuestro rumbo.


II

Una media botella,
una esponja,
la pobre pericia
a la hora de enfilar la proa
contra el agua marrón
que ya no es
película cubriendo el fondo de la piragua
sino
consistente lastre que doma la proa,
la dobla e hinca mansa
frente a la próxima ola,
el sucesivo embarque de agua.


III

La otra costa
(Rosario,
los autos de maqueta en
la Avenida Costanera,
los árboles danzando
poseídos por la sudestada)
es ahora un paraíso inmenso
de luces y ruidos,
un refugio inalcanzable,
un nuevo mundo desconocido
y aún sin hollar.



CÓNICO

Las gotas marrones
del río
extirpadas por la palada
del remo
se erigen en lluvia efímera:

un espejo ciego y fragmentado que
se reconstruye cuando regresa al
laberinto cónico
del oleaje.-



TÁLAMO

Inclinado sobre el tálamo
de bruma que cubre el canal
inmiscuye su mirada en
el marrón del agua:

Prevé y profetiza
la irrupción del pez.-



A SU DERECHA

El hombre rema en medio del canal
río arriba:
A su derecha
las islas son el rincón
donde nace la noche, su negrura;
a la izquierda
un relámpago congelado
en el que perdura el día
la ciudad,
su autopista ribereña
que delinea de mercurio
al Paraná.-



LA LUZ (I)

Pero ya no está la luz,
ni siquiera su respiración
en la brisa nocturna;
ni hogueras encendidas en la costa.-

La arena de las islas
es la luna hecha pedazos
entre espinillos oscuros
(y el bote ha quedado atrás,
ondeando en el riacho,
abandonándolo en su incursión por el monte).-

No piensa en nada, apenas
se recuerda antiguas historias:
los federales pirateando,
los cargamentos de grapa,
una adolescente que la mafia
mantuvo raptada en un rancho
de los albardones.-

Enfrente Rosario es
una luz que mancha el cielo.-
un sonido quebranta la noche:
una nutria agita sus últimos esfuerzos
para zafar la trampera,
regresar al canal.-



LA LUZ (II)

Cruza el indeciso borde
que la luz y el hastío
mantuvieron indeleble en
el anochecer que sucedió a la siesta
(atrás restan las horas en que el límite
paseaba sobre las sombras
oscilantes
de raquíticos alisos, achatados ceibos).-

Lo sorprende la quietud en la boca de la laguna,
en el lazo del palangre.-
Sentado sobre la tosca deja
que las botas se hundan en el canal.-
El límite, siempre cercano, infranqueable,
ahora se arrastra en la corriente,
apenas a tres metros de la costa,
allí donde la luz muere.-



EN EL FIN DEL MILENIO

Aborta un destello lunar
enmarañado en el ramaje de los sauces.
Abajo
fileteando manduvíes
él canta casi en susurros
los viejos estribillos de la guerrilla,
esos prehistóricos coros que prometían
la vindicación o la muerte.
Los mismos cantos, esas letanías
por las que su hijo cayera
allá en la ciudad
entre desconocidos
veinte años atrás,
baleándose por una Causa y un Nombre que
ahí,
en el fin del milenio,
en la espesura de la desolación isleña
es apenas
un montón de diarios apilados
y ordenados por fecha;
tan inasibles y remotos
como la imagen del hijo muerto.



LA CRECIENTE

Meter la mano en el agua
arrancar una violeta del camalote,
morderla con los labios,
olerla,
tragar el pétalo,
pensar:
Morocha
aguas arriba en esta noche
jugarás este mismo gesto.-



EL VIENTO LLEVA

El viento lleva dentro suyo
la forma de la ola;
podemos descubrirlo
(la ropa colgada)
en las terrazas vecinas.-



EL OLEAJE DEL ATARDECER

Sentir el sentimiento del suicida,
la breve dignidad de morir
lejos de la quejumbrosa voz
de la mujer aquella que
reclama para sí
los dentellados huesos y
las malolientes carnes
que antes fueron tu cuerpo.-

Llorar esa opresión antigua
que desciende y
abreva en recuerdos infantiles,
que llena los ojos de llanto
como el viento a las lagunas
de oleajes en el atardecer.-



LA LAGUNA GRANDE (TORMENTAS AL AMANECER)

Dentro del oleaje que cruza la laguna
se percibe su inmensidad:
un despatarro de bahías y brazos pantanosos
encubriendo y ocultando la geografía original del Delta.
Le cuesta creer, detenido allí,
en un supuesto centro desde el que no se ven
atisbos de las orillas,
que las honduras de ese Mar Océano
no pasen de los tres metros,
y que no sean delfines
los que acompasen a las olas que
la mínima brisa eleva
un palmo del agua amarronada,
sino los espasmódicos,
enceguecedores saltos de los dorados
en su ascensión hacia la luz.
El silencio y su opresivo aliado
-el monocorde golpe del oleaje
contra el casco de fibra de vidrio-
enmarcan el ocaso que ya navega
entre las lejanas, inalcanzables
lomadas entrerrianas.

La radio habla de un futuro próximo:
promete heladas y lloviznas en la noche cercana,
tormentas al amanecer.
El Mercury perdió su hélice cuatro horas atrás,
cuando el paisaje aún era inofensivo,
una laguna del Paraná,
y no este sobrecogedor horizonte de confusos
que se engrandece en la oscuridad.



MADRUGADA Y FRIO

Amanece a seis kilómetros de allí.
Amanece detrás de las colinas
La luz erupta de los montes de eucaliptus que
en las redondeadas cumbres
culminan el horizonte.
Sabe que el sol se verá recién cuarenta minutos más tarde.
El frío atravesó el paisaje durante la noche
y ahora sonidos desconocidos lo confunden:
se hace el sordo y mea desde el albardón
- tres metros sobre las aguas,
justo en el vértice de la isla -
salpica el arroyito donde la lancha pasó
la noche imantando la helada
sobre su casco.

A unos metros de él,
también dentro del amanecer,
sin que aún rayo de sol alguno barnice el cauce,
una nutria y sus dos crías se lavan leves las manos:

Uno de los cachorros alza la cabeza y lo mira,
todavía no puede saber si un hombre es
algo demasiado grande para ser cazado

o

algo digno del miedo y de la huida,
su loca pavura zambulléndose en el canal.-



EL PECHO HUNDIDO EN UN HUECO

La garganta cerrada,
el pecho que se hunde en el lado izquierdo.
Está boca arriba, tirado en la proa de la lancha.

Uno de sus amigos le enseña,
desde la costa,
el rollo pesado y húmedo de una yarará
recién muerta.

El se siente morir:
a treinta kilómetros de cualquier médico
cree que la cocaína ha llegado esta vez
demasiado lejos.

Los otros dos, empujándose y atolondrándose
en el estanco de proa debajo de él,
buscan la cámara
para fotografiar al fenómeno.
Un rato después la cocaína ha aflojado,
no hay más dolor en su pecho.-

Se reúnen junto al fuego:
con palos encendidos tantean esa carne que
apenas una hora atrás
era letal.-

No la cenan, por miedo a su nombre
prefieren achuras que trajeron de la ciudad.

Una quincena de huevos de víbora,
destrozados,
languidecen desparramados por ahí.-

Cuando el dueño de la embarcación le ofrece
cocaína dice que no
pero luego lo piensa mejor.



ÚLTIMAS VISIONES

El viento y su desmadre
alojan en su seno
los restos del otoño,
hojarasca que se mezcla con
bolsas de polietileno.

El recuerdo de los bares en el verano
un perro comiendo los despojos de una nutria
el ganado que nada a traviesa
de isla en isla
un barco pesquero llegando a
la dársena de Victoria;

la ausencia del adolescente
que en febrero fue sofoco y belleza
y luego cadáver boca abajo,
abotagado y corrupto
derivando sin rumbo
en las vueltas del Timbó
hasta encontrar su sitio en
los juncales de la Pantanosa,
allí donde los peces
vaciaron de imágenes
su inerte mirada.



LA GUERRA DEL DORADO

La primera visión fue
el verde lejano de la orilla,
y arriba
y abajo
el cielo plomizo y la superficie de la laguna,
dos platas grisáceas que simulaban
las escamas de la boga.-

En el segundo salto
vio la tanza de 0.40 y la pescadora con
los tres monoides bamboleándose,
estimulándose con gritos y tacos de ginebra,
aguardando que él cediera en su combate.-

Luego saltó cuatro veces más,
sintiendo ya el anzuelo que cortaba su carne
justo debajo del ojo izquierdo,
amenazándolo con una tuertera,
sin duda mal menor.-

En el final nadó bajo la canoa
en círculos que les permitieron a los gorilas borrachos
apreciar su lomo de oro
zanjando la superficie en la batalla postrera.-

Y entonces sí,
el líder de acero tajeó
el cartílago de su mandíbula
y el dorado
su ojo exánime,
su boca destrozada,
nadó hacia la libertad

(lo que en esos tiempos y lugares
- para su mutilada visión -
era una costa de juncos y embalsadas,
justo allí donde se volcaban
las aguas negras en las correderas).-



HAIKUS

Nunca olvidará
la traición femenina
o el salto del pez.


Lucha el dorado
atardece en octubre
corta la tanza.-


El motor falla
la navegación muere
se han extraviado.-


Sólo despojos
bagayos flotando
y dos salvavidas

BONUS TRACK



LA NOBLEZA DE LOS AUTOS VIEJOS

El recuerda la cara de ella, sus palabras:
“Nada de lo que me dijiste violó aún mis oídos”.
Ahora están a mil kilómetros de distancia.
El come lechón frío mientras escucha a otro
insultar y elogiar por partes iguales
el motor de su Rambler 67’.
Anochece.
Nada en la ruta lo hace presentir
pero es Nochebuena.
El otro ya habló algo de unos primos,
pero también indicó las luces de una parrilla,
más allá, en la entrada del pueblo.
El va dejando las costillas de lechón en una lata
para que los perros se acerquen sin resentimientos
y las lleven por ahí.
Sus hijos están lejos. A medianoche
abrirán los paquetes en los que gastó su aguinaldo,
agradecerán a Papa Noel, experimentarán los juegos
con los vecinos de siempre, la madre y el amigo que
les presenta esta Navidad.

El otro ahora se limpia con un trapo las manos.
Dice algo de la nobleza de los autos viejos.
Luego mira el terrerío del piso
sin deseos de fijar un precio por su trabajo.
Cuando se va del taller ya es nochebuena:
las once menos veinte.
No va a ningún lado, sólo escapa.
La chica del principio,
la universitaria de las diez palabras que lo apasionaron,
brindará con abuelas y tías y luego,
previsible, se emborrachará y terminará por ahí,
en los boliches del Bajo, con alguno cualquiera.-
En ese momento sus hijos ya dormirán
(cuatrocientos kilómetros al sudeste).-
Sólo escapa.
Con el culo, la espalda, el cuello,
todo su hastío hecho sudor;
guiado en la ruta interprovincial
por las tres luces blancas
de la parrilla del cruce.-



CHEVROLET 37’

A través de esa llanura que ya sus abuelos
aprendieron a llamar pampa
manejaba el Chevrolet 37’
desaforado como un demonio.

Junto a él viajaba un cadáver,
una adolescente
tuberculosa y aristocrática
muerta el mediodía anterior
en las Sierras de Córdoba.

A las tres horas de manejar
comenzó a saberlo: el cadáver
junto a él había abierto los ojos,
realizaba sutiles movimientos
expresando el dolor de la muerte.

Aceleró aún más:
la polvareda detrás del Chevrolet
simulaba tornados nocturnos.

No se envalentonó
no giró la vista hacia su derecha.

No quiso saber nada de esa muerte apasionada
de esa muerta que quizás lo deseaba
primer y último hombre no ya de su vida
sino del primer instante de
la eternidad de su memoria.

Años después correría rallíes por
esos mismos caminos;
un alambrado de tres hilos
lo decapitaría
(una mañana de octubre,
un guiñapo colgante junto al auto en llamas).

Por ahora
la muerte es una adolescente
acompañándolo en la madrugada,
los pelos de su sexo humedecidos por
el formol y la lascivia de los sepultureros
que acondicionaron su desnudez
entre obscenidades y persignaciones
para su adiós aristocrático
en la sala de la mansión familiar
sobre las barrancas de San Isidro.



EL DESENLACE

El joven, con su ropa azul,
las manos en la cintura,
espera quien sabe qué cosa
antes de patear un corner.

Más allá, apostados alrededor del arco,
otros de azul y algunos más de blanco,
todos congelñados en la imagen.
El que mira siente frío en su piel,
en sus labios, en la espalda.

Sólo perciben el calor insultante de
la siesta sus ojos
que pueden salir más allá de la burbuja de aire frío
del micro interprovincial
y reconocer el verano en la imagen
de la cancha polvorienta a orilla de un zanjón
junto a una curva de la costanera
de esa ciudad sofocante, ribereña, dormida.

Todo el tiempo que dura la curva
los jugadores permanecen quietos.

El micro se acerca y el que mira se convence que
esa burbuja,
esa película de Chuck Norris
en los dos televisores colgados
entre los portaequipajes,
esa primavera técnica y ronroneante,
atraviesa la vida de los otros como
una aguja sin hilo la tela de un vestido de noche,
sin dejar marca, sin lastimar, sin permanecer.

El joven de azul suelta sus manos de la cintura
y comienza la carrera.

El micro,
que ha recorrido seiscientos metros
dentro de la imagen,
impiadoso no se detiene,
y el que mira jamás podrá saber
el desenlace de la jugada.



UNA EXCURSION A LAS SIERRAS

Cuatro cascadas más tarde
(siete fotografías en las que sonreía como
un fantasma oculto en el paisaje)
ella decidió que ya era tiempo
de regresar a la Villa.
El no dijo que sí,
ni que no,
pero intentó
desandar el sendero
esfumado entre piedras iguales.

En media hora más va a anochecer,
profetizó ella.
El,
como antes,
no respondió:
Se había atascado su pie
- un mal movimiento -
entre dos rocas del arroyo.
Había descubierto que
el agua estaba helada.

Contratapa y Solapa



En Nada de Eso, Ricardo Guiamet nos propone un descarnado rastrillaje de los parajes isleños y paránicos, desandando los posibles puentes entre poesía y originalidad temática, mientras nos deslumbra con impecables rudimentos e historias visualmente estremecedoras. Desvencijados seres, tardíos epitafios crepusculares, la naturaleza agresiva y agredida, restos fragmentarios de historias devoradas por la jauría de un viento que azota y desvela, desfilan en estas páginas, invitándonos a la consumación del “laberinto cónico del oleaje”, un “espejo oscurecido de ese agua que pervierte la gravedad”.
Fernando Marquinez






RICARDO GUIAMET: (1959) Escritor y psicoanalista rosarino. Participó del grupo literario Habla La Vaca en los años 80, con el que realizaban espectáculos poéticos. En esa década publicó Algunos poemas, Ciertos Autores y Con Uno Basta de la Editorial La Hoja de Poesía. Sus poemas y cuentos fueron incluídos en selecciones, revistas y diarios del país y el extranjero. En el año 2003 publicó con Lobos, Marquinez y Valverde el libro de poemas ESE AGUA CRUDA, que integra esta misma colección.

Tuesday, July 25, 2006

Video y Audio de Ricardo Guiamet

SAN FRANCISCO DE BELLOCQ




TEMA DEL GRUPO EXPERIMENTAL PECIS ALOSTIS con texto y voz de RICARDO GUIAMET



NUNN (tema para film de terror)

todo un cuerpo colgando del cuchillo
buscando la sangre siguiendo su brillo
opaca en en su filo el aire nocturno
tu carne fragmenta el duelo final

caen chorros, tu sangre y tu aliento
los despojos de tu hogar burgués
sos un lastre clavado al cuchillo
revolcado y sucio sin pies

bosque de brazos
Bosque de huesos
árboles sin bosque
bosque de piernas
bosque total

el ciego afila navajas
protege su noche
olvida la luz
el ciego acuchilla la brisa
asesina al humo es vencido sin ley

antes de la noche
tu cuerpo será fragmentos flotando en el río
antes de la noche
el cuchillo abrirá caminos en tu piel

bosque de brazos
bosque de huesos
árboles sin bosque
bosque de carne
bosque de muerte
bosque de lluvia
antes de la noche